Pasaban diecisiete minutos de las dos de la mañana cuando apareció; la cara de Diplo llevaba una semana empapelando Barcelona desde el Tibidabo hasta las orillas de la Playa de la Barceloneta, y no se hizo esperar demasiado. Llevábamos bastante tiempo sin presenciar un jueves tan lleno en Razzmatazz, aunque no sorprendió, dado que Diplo es uno de los grandes de la escena musical, tanto para los más entendidos como para los que se dejan llevar por las corrientes más comerciales. Uno de los reyes de snapchat, instagram y demás RR.SS. con su partner-in-crime Skrillex, queda del todo claro que la energía y las ganas de Thomas Wesley aka. Diplo no se limitan solamente a su música; el rubio de Mississippi no cesó en moverse y meterse al público en el bolsillo apenas iniciada su sesión.
Comenzó fuerte, con temas que conocía la gran masa y que lo han llevado a la cima; no faltó Paper Planes (con el que llevó a la fama a M.I.A) o Where are Ü now entre contorsionismos al subirse a la mesa de mezclas y estrechar la mano al aclamante frontrow mayormente compuesto por groupies histéricas que llevaban horas, mucho rímmel y un voraz coraje que las había llevado a la primera fila. El público era del todo variado; tanto los asiduos de Razzmatazz en zapatillas como los grupos de chicos con camisa sudaron su camiseta no quitaron los ojos a las dos bailarinas de Twerk que rodeaban a Diplo; de la misma forma que el público femenino, que dudamos de la flexibilidad de nuestros músculos al presenciar movimientos físicamente imposibles y que rozan la invalidez de las leyes de la gravedad.
El aforo rozaba su límite, y en Razz 1 no cabía un alfiler; aforo que se venía arriba cuando Diplo alternaba sus temas más experimentales y personales como Be Right There con La Macarena o colaboraciones con Skrillex (Bangarang) que hicieron que algunos nos volviésemos literalmente arriba y dudásemos del aguante de la cimentación de la sala.
Hacia el final de su sesión hizo un homenaje a la primera sala que le vio fuera de sus fronteras y a la que tiene un cariño especial al ponerse la camiseta del Barça y pinchar con ella, cosa que gustó más a unos que a otros; y el espectáculo se prolongó entre twerking y un dubstep bastante apto para todos los públicos hasta bien entradas las cinco de la mañana.
Despedimos a Diplo como se merecía, entre gritos, fans y un mar de brazos levantados que esperará con ganas su próxima aparición en la Ciudad Condal.