Ayer jueves 24 de febrero viajamos al Trópico de Covadonga de la mano de Rodrigo Cuevas, el gurú de mi nueva secta. En este lugar, desconocido por muchas, hasta ayer, reina la cultura popular, abundan los bailes regionales y suenan canciones folklóricas. Una vez allí, deseábamos no irnos nunca. A este viaje, capitaneado por Rodrigo Cuevas, también nos llevaron cuatro músicos excepcionales que combinaban los instrumentos modernos con instrumentos antiguos (más panderetas por favor).
La banda sonora de este viaje al Trópico de Covadonga fue el álbum Manual de Cortejo, a través del cual conocimos un conjunto de personajes asturianus, que ya no olvidaremos nunca. Conocimos a Rambal, un maricón de nacimiento, y olvidamos a Rosa Parks. Porque en este Trópico se reivindican los referentes cercanos, no hace falta ir a Nueva York a buscar mujeres ni maricones, los tenemos en nuestro pueblo, y hay que gritarlo y mostrarlo con orgullo. Porque como dijo Rodrigo nos van a seguir matando, haciendo referencia al reciente caso de Samuel, pero ya no bajaremos el tono de voz ni esconderemos nuestros gestos.

En este trópico también se reivindica el producto local, visca la ratafia, a la mierda el jagger; se hablan idiomas minoritarios (Crideu com ho farien les vostres àvies!!), se viste con trajes regionales y se bailan danzas populares (sardana, havanera, muñeira, jotas…). Con una montera picona encasquetada, faja, falda larga y zuecos Rodrigo entró por la puerta de platea y se presentó a su público desde su posición, llegando al escenario vitoreado por toda la sala. La falda y la faja desaparecieron en el Xiringüelu, pero los zuecos se mantuvieron. Fue en este momento cuando el público se levantó para bailar este baile popular asturiano.
Hubo momento para la rumba y para la muñeira, que se entrelazaban con las palabras de Rodrigo, que nos iba contando todo el imaginario del Trópico de Covadonga. Con Cesteiros nos advirtió que era el momento de invertir en producto popular como las cestas, ahora que el plástico está mal visto. En ese instante, nos dimos cuenta que nuestro viaje por el Trópico de Covadonga estaba llegando a su fin. Pena, una especie de Garrotín, fue la canción encargada de cerrar esta maravillosa inmersión por la cultura popular.