Después de ser expulsado de su propia banda antes de cumplir la mayoría de edad, Tom Odell provó suerte en las humillantes sesiones de micro abierto en toda clase de bares de Inglaterra. Sudó hasta dar con la fórmula que le dispararía hacia el éxito: la independencia solitaria que le proporciona el hecho componer él solo con su piano. Esa aura melancólica impregna totalmente su primer largo «Long Way Down» (que le valió el BRITs Critics’ Choice Award en 2013) pero pierde presencia en «Wrong Crowd«, el álbum que presenta en su No Bad Days Tour 2017, que hizo su parada en Razzmatazz 2 el pasado 17 de febrero. En este segundo trabajo, el pianista hace un giro hacia las cajas de ritmos, los sintetizadores y los loops, con el reto de defender en directo los temas de los dos discos sin cambiar el formato del concierto. Definir a un artista como Tom Odell en pocas palabras puede llegar a ser muy difícil, pero después de su concierto se ganó uno de los mayores atributos de los que puede gozar un músico: Consciencia
Consciente de que a pesar de que su último disco no ha acabado de triunfar, tiene que salir a defenderlo hasta la muerte y presentarlo de la mejor manera posible. Su elección fue la de seguir con su instrumentación clásica y suprimir la carga electrónica, sustituyéndola por acordes de guitarra o piano, que le dieron al directo una exclusividad muy sana. No falló, metiéndose el público en el bolsillo a través de un concierto muy equilibrado: empezó con Still Getting Used to Being on My Own, una descarga de fuerza que desató la euforia nada más empezar; renunció a su instrumento para poder acercarse al público en Concrete, interpretó un tema inédito de su siguiente disco (Jubilee Road) él solo con su piano, bailó en Entertainment, y arrasó con todo en Hold Me, el que sin duda fue el tema más destacado de la velada, con Odell subido a la tapa de su piano de cola dirigiendo a sus músicos en la introducción.
También fue muy consciente a la hora de escoger el setlist, ya que no tomó más riesgos de los necesarios, presentando la mejor cara de su segundo trabajo, e intercalando una gran cantidad de temas de su primer disco, contentando así a todas las masas críticas. En este segundo punto estuvo especialmente salomónico, logrando casi un 50-50 de cada disco.
Dominó el directo hasta el último detalle, llenando el escenario y destrozando en todo momento la cuarta pared, cosa a menudo difícil para los pianistas.