El Primavera Sound es inabarcable. Eso ya lo sabíamos. También éramos del todo conscientes que resultaba quimérico verlo todo (o casi todo) y que por narices habría que decidirse a la postre. Con lo que no contábamos era con las sorpresas de última hora. Al menos de este calibre. Sí que nos olíamos y era vox populi que el festival llevaba ( y sigue llevando) algo entre manos. Se trata del #UnexpectedPrimavera, una parte del programa que se desvela con la jornada en marcha. En esta ocasión hubo bombazo y los mejor situados y más ávidos pudieron disfrutar de un show especial de Arcade Fire en el que los canadienses presentaron nuevos temas del inminente nuevo trabajo.
Con la euforia por las nubes y sin tiempo a codificar lo que estaba sucediendo, todos cambiamos nuestras rutas para desembocar en la misma localización. Un escenario improvisado situado en la zona limítrofe del festival, al lado del escenario Primavera. Una tarima abierta por los 4 costados que permitió a Win Butler, Régine Chassagne y los suyos hacerse notar e interactuar con todo aquel que, con suerte, se había acomodado para verles. Un setlist en el que incluyeron estrenos como Everything Now y Creature Comfort, dos temas que ya suenan a épicos en la primera escucha y que anticipan un trabajo poderoso, de tintes memorables y con un carácter cabalgante y semblante pegadizo y movido. Acompañaron el setlist con temas de varios álbumes que suelen incluir normalmente como Reflektor, No Cars Go o Rebellion Lies entre otros. No sabemos qué tocarán el sábado pero lo que si sabemos es que el disco que está por venir pinta más que bien.
Más allá del sueño que se vivió en la jornada de jueves, hubieron muchísimos alicientes para condimentar una jornada ecléctica a más no poder. Desde el indie de los Cymbals Eat Guitars, que presentaron uno de los mejores discos de 2016 ante un público más que numeroso teniendo en cuenta la sopelana que caía sobre las 17 y media de la tarde. Las canciones de “Pretty Years“, cuarto álbum de los neoyorkinos sonó de maravilla en directo y dejó palpable la mezcla entre la sutileza y el descaro que segrega este último trabajo. También estuvo a la altura la perla tejana, Kevin Morby, presentando su tercer álbum y constatando la buena salud del folk estadounidense.
La locura se apoderó de nuestras mentes dadas las múltiples y variadas propuestas. Por un lado el mágico live de InnerCut, abriendo el Bacardí Stage con un live, como nos prometió en la entrevista del otro día, plagado de edits y mezclas sugerentes con sus temas de ayer y hoy. Sabemos que se trae algo entre manos pero lo que no sabíamos es que se había preparado con tanta vehemencia su directo; redondo y prueba del maravilloso estado de forma del productor catalán. Sin apenas tiempo para degustar el onírico envite del artista de Igualada, nos esperaba una de las grandes joyas de la factoría pop-rock estadounidense. La joven y menos tímida de lo que parece Alexandra Savior presentó su primer disco de estudio, “Belladonna of Sadness“, producido y grabado con la ayuda de su sempiterno amigo Alex Turner. Sonó tan dulce – o más – que en el estudio, pero además sonó más osada y sugerente que nunca.
La fiesta de Arcade Fire que todo lo acaparó coincidía con The Zombies, Broken Social Scene y Solange. Casi nada. Pero también había un diamante en bruto que había que ver sí o sí. Se trata de Aldous Harding, hija de la también artista Lorina Harding. La cantante neozelandesa ofreció un directo muy comedido y solemne en el Hidden Stage de Heineken. Un concierto en el que el dramatismo y la emoción fueron sumos. Ha trabajado con John Parish, mano derecha de PJ Harvey, y se nota. Sus baladas de carácter ceremonial se llevaron las decenas de almas que abarrotaban el pequeño emplazamiento situado entre el escenario Pitchfork y el RayBan. Antes, Jens Lekman había roto esquemas con su particular ‘sold out’ en la misma concurrencia.
El plato fuerte de la noche, con el permiso de Butler y compañía, se servía en el escenario Heineken. El retorno de Bon Iver al festival se antojaba de altos vuelos. Una expresión que en condiciones normales no le pegaría mucho al bueno de Justin Vernon. Su folk calmado y de hoguera no reza esas máximas. De todas formas su último disco, “22, a million” prometía muchos cambios en el sino del artista. Más sintetizadores, vocoders y artilugios electrónicos que antojaban una puesta en escena, como poco, distinta a lo que estábamos acostumbrados a ver. Nada más lejos de la realidad, Bon Iver plasmó su pericia a los mandos para cerrar un concierto de todo, menos folk. No es que le saliese mal la jugada al de Wisconsin. Para nada. Los nuevos temas sonaron de maravilla en directo, algo sumamente difícil tanto por ser algo nuevo en él, como por la aceptación de un público que abarrotó la esplanada de tierra del Parc del Fòrum. Al final Vernon se amarró a la guitarra para cerrar un concierto algo descafeinado . Skinny Love fue el cierre perfecto para demostrar que lo suyo es el folk y no la electrónica.
Algo adormecidos tras el show de Bon Iver tocaba despertar y estimular la musculatura de nuestro tren inferior. No había problema, para eso estaban Slayer. La banda mítica de thrash metal californiana dio una lección de entrega y pericia ante muchísimo público, algo raro en un concierto de metal, un género que a cada año que pasa tiene más cota de protagonismo en el cartel y tiene sus frutos. Los sureños hicieron gala de su sinecura con un concierto trepidante que demostró el porqué se habla de ‘speed-metal’ al sacar a relucir el nombre de Slayer.
Culpables o al menos cómplices del decaimiento físico general, Slayer habían logrado cerrar uno de los mejores directos del día sin fallar un ápice en su ejecución. Algo menos difícil lo tenía Aphex Twin, el productor pionero de la música electrónica contemporánea. El británico no brilló especialmente pero sí demostró el porqué hay que ir a verlo. Una sesión más disruptiva que nunca que tuvo dubstep, drum and bass y una infinidad de géneros cruzados sin apenas conexión y aliñados por unos visuales y una iluminación celestiales.
Se iba exprimiendo el día y la noche nos tenía preparada el mejor concierto del día. No es que no lo olieramos, pero con tanta carne en el asador resultaba difícil discernir entre quién podría ser la mejor banda de la jornada. King Gizzard & The Lizard Wizard llegaban con el aura de ser una de las mejores bandas del momento de surf rock, psicodelia y garage. Un compendio resultado de casi 2 discos por año con el que se plantaron por primera vez en España. Prueba de fuego u no, ya se sabía de la magnitud de los directos de los aussies. Mezclaron muy bien los temas, llegando incluso a cambiar acordes, bases y volver de una canción a otra, todo ello aderezado con el descabellado ritmo que imprimen sus guitarras y la capitanía firme de Stu Mackenzie, lider total de una banda que nos contó unas horas antes que no se sentían nada nerviosos ante este reto.
Queríamos cerrar la jornada disfrutando del concierto de Converge, banda de hardcore punk que fueron llegados a considerar pioneros del metalcore. Todo pintaba de maravilla en el escenario Pitchfork, pero unos errores de sonorización en el micro de Jacob Bannon sentenciarían una actuación, que pese a los errores técnicos consiguió encender al público en todo momento con los gritos y contorneos de su frontman. Pogos a granel y fiesta sin control en un concierto que supo a poco y que cerró la primera de las 3 jornadas fuertes de Primavera Sound 2017.