Fotos: Mercedes Suitfil
A medida que los asistentes llegaban al precioso recinto del Palau Reial, se oían más fuerte los acordes blueseros de Enric Verdaguer. El joven talento daba la bienvenida a la audiencia que aquél día asistía al directo de The Lumineers con su música, acompañada de una temperatura suave y un cielo despejado.
Pasadas las nueve de la noche se abrió el recinto donde una hora más tarde tenía que saltar la banda principal del día. Un escenario repleto de instrumentos y tubos metálicos que emulaban cinco órganos llenaban el escenario. Pero lo que llamaba la atención era el teclado situado entre la audiencia. Se rumoreaba que podía ser que la banda tocara entre el público, y al encontrar el piano dio (aún más) fuerza al argumento. Puntual a las diez, apareció el trío norteamericano, apoyado por varios miembros adicionales.
Como ya es común en el tour actual, el recital empezó con Sleep On The Floor (que también abre el nuevo disco), que consiguió levantar a la audiencia de las sillas, que solo se sentó en algún tema tranquilo puntual. El tema es tranquilo, y la banda lo usa como introducción a otro tema mucho más animado como es Ophelia, que desata la euforia contenida inicialmente. La canción fue coreada, e incluso había quién se acercaban a los pasillos a bailar. Ho Hey, el hit más famoso de la banda, fue el que culminó esta primera fase del concierto: desató pasiones y fue el primer momento aclamado y grabado masivamente con los móviles. A partir de ese momento, el concierto cambió su curso y cada canción se interpretaba con una configuración diferente de instrumentos y miembros, oscilando desde seis miembros hasta el solo.
Famosa es la historia del comienzo de la banda, en que tocaban covers en shows pequeños, sin apenas escenario y entre el público. Eso quisieron recrear, confirmando el rumor que se había creado previamente: tocaron entre el público e incluso se desplazaron hasta la última fila para que los asistentes de grada pudieran verlos como si estuvieran en primera fila. Un momento emocionante, en que los que se acercaron pudieron oír la voz y la guitarra de la banda sin necesidad de amplificadores. Sin duda, el gran momento de la noche.
Big Parade fue otro de los momentos que merecen ser recordados. En ese momento, la comunión entre público y banda era tal que con el mínimo gesto la gente se venía arriba. El final fue apoteósico, con cañón de confeti en el último golpe a la batería y salto del pianista desde encima del piano incluidos.
Un solo de piano introducía la última parte del concierto, mucho más íntima. El solitario de piano fue seguido por otro solo, esta vez del guitarrista y cantante principal. Explicó que la canción que iba a interpretar la compuso con la amargura de la pérdida de su padre y que finalmente quedó fuera del álbum, creando un silencio total entre la audiencia. Para cerrar el concierto, el tema elegido fue el melancólico Stubborn Love, en el que el cantante se atrevió a detener de golpe la canción para pedir a los asistentes que dejaran sus móviles y pasaran ese último rato en armonía.
El concierto tuvo todo lo que se les podía pedir de antemano: fragilidad, emotividad y melancolía, a la vez que energía y potencia, además de más de una sorpresa. Un directo que mejora las expectativas creadas por el reciente disco Cleopatra, el segundo trabajo de la banda que vio la luz en abril y que ya ha calado con temas puntuales, pero que no logra la consistencia del primero.