Llego con el coche al Paral·lel, aparco fácil y bien, estoy solo. Como quien me acompaña todavía no ha llegado decido ir al lugar donde todo empieza: el bar Pepe. Pero quizá debería decir el lugar donde todo empezaba. Primera mala noticia del día. Spoiler: será la única.
Es sábado por la tarde, tengo una mediana en la mano, el Paral·lel está animadísimo y veo a través de la cámara de un bar que llega quien conformará conmigo el tándem de esa noche, que no es otro que el director de esta página, y por encima de ello uno de mis mejores amigos: Xavi Bruguera. Qué puede salir mal un sábado así.
Decidimos cambiar de bar y parece que esa decisión hace alinear todos los planetas. La cerveza ahí está tirada a la perfección, el lugar es precioso y cuando nos sentamos está sonando Bunbury. Un segundo de silencio por él. Pedimos, sin hambre, unas gildas (no nos sabemos controlar) y de repente suena por los altavoces del bar ‘Di no a la nostalgia’, de León Benavente. Probablemente, la banda creadora de esa canción esté a menos de diez metros a través de la pared de nuestro bar tomando algo, calentando en el backstage de la BARTS. Son la razón de que estemos allí. Es la noche de León Benavente en Barcelona, con un sold out de bandera. Antes de salir del bar, Xavi me dice que tiene una sorpresa para mí, abre su mochila y saca de ella el último disco de Rufus T. Firefly, a quienes los dos adoramos. Va dedicado, me lo regala, soy feliz.
Acabada la cerveza, pagamos y entramos en BARTS, y al entrar me veo pensando en que ir con Xavi a un concierto es como ir con tu abuelo a su pueblo: a cada paso tienes que parar porque todos lo conocen. Después de los saludos de cortesía y de esperar para la cerveza de rigor, vamos hacia platea. Está petadísima. Cuánto hemos echado de menos esto. Encontramos una localización que no acaba de convencernos, pero allí aguantamos medio concierto y dos cervezas. Cuando vamos a por la tercera, Xavi ve a los Solo Carmen, que lo están dando todo en medio del meollo. Evidentemente vamos.
Del festival que se montó ahí dentro recuerdo las cosas a retazos, pero tengo algunas marcadas: el sudor con el que todos acabamos, lo impecable siempre del traje rojo de Boba, el salto que dio al público y el recorrido por entre la gente tras él, cómo de repente se puso a tocar el teclado con el pie (¡con el zapato!), a Xavi cogiéndome del hombro y diciéndome al oído: «Es el puto amo, el puto dios». Lo es.
De repente paró la música y nos dimos cuenta de que todo había terminado. Yo todavía tenía metido por la oreja eso de «Hay que saber irse de una fiesta» y no quise decir nada, porque mi cabeza en ese momento solo recibía un único input reflexivo de que quería que eso durase dos horas más. Pero no, había que saber irse de una fiesta.
Nos quedamos un rato charlando con Solo Carmen. La imagen era terrible, todos empapados. Pero reíamos. Yo oía a alguien comentar que León Benavente estaban sin duda en el top tres del indie español, a otros decir que había sido el mejor concierto en mucho tiempo, y solo pensaba en que Xavi y yo teníamos que ir directos a un cumpleaños. Así, de esa guisa. Ah, no he contado que a Xavi le tiraron una cerveza por encima y acabó aquella noche de fiesta con una camiseta del merchan de León Benavente.
Del concierto, poco más que decir. Si ya de por sí ir a la sala BARTS es llegar con la certeza de que lo que escuches ahí se va a escuchar bien, si además quien tienes delante es un grupo que cuida tanto la música, que focaliza cada gesto y movimiento por el bien auditivo, que sabe que ofreciendo lo mejor de ellos la gente vivirá lo mejor de sí, el círculo es perfecto. León Benavente están en estado de gracia, y el problema (en verdad no) es que nunca han dejado de estarlo. Y que siga así. Qué ganas tengo de que vuelvan.