Estoy mirando demasiado el reloj y me da miedo que alguien de mi alrededor se dé cuenta. Son las ocho de la tarde de un viernes de finales de marzo, estoy en una librería bastante conocida de Barcelona viendo hablar a un autor de Castellón que (por desgracia) no lo es tanto, y a esa misma hora tengo dos pases para un concierto que ya debe de estar empezando en Razzmatazz. La amiga que me acompañará me ha dicho que ya está de camino, que se para en la librería y que mirará libros mientras yo termino con la presentación. Me estoy poniendo un poco nervioso, no me gusta llegar tarde a las cosas, y ya suficiente tengo con llegar tarde siempre a la vida. Prometo que dejaré aquí las frases Coelho.
La presentación termina, me veo con mi amiga, nos damos un abrazo, cogemos cada uno su moto y ya estamos en Razz. Entramos y está sonando Nueva Vulcano. Los dos nos miramos y decimos a la vez algo muy parecido que debe de ser algo así como «qué fuerte está sonando esto, ¿no?». Nos reímos porque sabemos que, aunque parezca una queja, hacemos el comentario conscientes de que lo decimos habiéndolo echado mucho de menos. Viva el ruido. En el momento que escribo esto oigo a Nina de Morgan dar las gracias al circo Price por dejarles hacer ruido allí esa noche. Pues eso, ya lo digo yo: gracias, Razzmatazz.

En el periodo de adaptación auditiva, y mientras esperamos en una de las barras a que nos pongan dos cervezas, pienso en la última vez que escuché a Mujeres, en cómo hubo una época en mi vida en que sonó bastante, en el disco que alguien que no era yo compró en una bonita tienda de discos del norte y dejó para siempre en mi coche (como aquellos versos de Leiva: «Ella deja discos en casa / para estar presente»), en la sensación de cuando volví a ponerme ese disco no hace mucho tiempo, en lo buena que es su música estés pasando por el momento que estés pasando. Porque si estás mal, Mujeres te pone bien; pero es que si estás bien, Mujeres te pone aun mejor. Escucha ‘Tú y yo’ y dime lo contrario.
Cervezas y visita al baño y ahora sí, el concierto. Como digo, primero, Nueva Vulcano. Después, un descanso y, unos minutos más tarde, Mujeres. Como resumen de todo lo que pasó allí, una frase de mi amiga: «¿Pero los pogos no habían pasado de moda?». No sé de dónde se sacó ella eso, pero evidentemente no. Qué demostración de vigencia en Razz.

Allí el viernes todos flipamos, incluso Mujeres. Nosotros, por el ruido, por la música, por el baile, los saltos, las cervezas voladoras, los amigos que vimos allí dentro; las risas, los abrazos, las promesas de más conciertos, más fiestas y más noches juntos que vienen después de varias cervezas. La alegría, con todas sus consecuencias, de un concierto.
Hubo un momento en que desde el escenario se dijo: «Què guapo això de tocar en una sala, no?», dicho por una banda que, como muchas otras, llevaba demasiado tiempo sin tocar en salas. Hubo otro momento en que desde el escenario se dijo: «Visca Barcelona, collons!». Qué decir en contra de eso: NADA. Hubo otro momento en que desde el escenario se invitó a subir a las Rombo. Y claro, fiesta. Venía yo de la noche anterior haber estado en el Palau Sant Jordi con unas 5.000 personas y todavía me duraba la euforia. Y qué buenos son Mujeres para hacértela mantener.

En definitiva, todo se podría resumir en eso: una fiesta. Así que entono el canto por más conciertos donde en vez de brazos o cabezas lo que veas en frente sean pies, sean zapatos volando, sea gente bocabajo siendo manteada, aupada, coreada. Por más noches de baile, de risas, de cervezas así; de, como ofrece el lema de la banda, «Rock y Amistad». Pero, sobre todo, por más música en directo.
En un momento dado, ya fuera de Razz, me crucé con el escritor Miqui Otero, que iba con un vinilo plastificado de Mujeres bajo el brazo. Alrededor, mucha gente con latas de Estrella. Y yo me dije, y lo hablé con mi amiga (también lectora de Otero), si eso no podía ser tranquilamente una de sus novelas, si no podía ser ese un escenario más en la Barcelona de Juan Marsé. Todo eso es lo que provoca la música. Y muchas cosas más que ni sé ni podría explicar. Dejemos que sea ella la que hable. Que, al fin y al cabo, es la única voz que importa.