Desde la pérdida de Andrea Marongiu (baterista de la banda) en 2014, los miembros de Crystal Fighters han viajado por todo el mundo de manera individual para poder seguir adelante. Bast ha confesado que ha pasado gran parte de este tiempo en el País Vasco, Canarias y Centroamérica, mientras que Graham se instaló en una montaña de Maine (USA). Esta reconexión con la naturaleza, lejos de comodidades, rutinas o estrés, ha sido el motor de este tercer álbum del grupo.
Si alguien escucha la discografía de Crystal Fighters va a encontrar pocos puntos comunes entre los tres discos, pero va a poder adivinar una evolución clara: Star of Love, su debut, está cargado de ritmos ácidos y raveros, pero deja entrever un gusto por lo tropical. En segundo disco (Cave Rave) se puede apreciar la evolución de esos temas veraniegos y festivos, con muchos ritmos guitarreros, instrumentos exóticos y mucha melodía coreable que hizo las delicias de todos los festivales que pisaron. Y con su tercera entrega “Everything is my Family”, explotan esas referencias a los días soleados de verano, pero desde otra perspectiva: los instrumentos exóticos ceden protagonismo parcialmente en temas como “Good Girls” o “Living The Dream”, o totalmente en “In Your Arms” o “Live For You”; a favor bases electrónicas cercanas al EDM y al Drum and Bass, hasta el punto en que cuesta reconocer a los Crystal Fighters en más de un corte.
El disco empieza con un discurso sobre el existencialismo llamado “Simplecito”, y aunque el mensaje que transmite es la esencia del disco, no se trata de un álbum en que la simplicidad sea una palabra que lo pueda definir. Como ya se ha comentado, la música electrónica vuelve a recuperar protagonismo, pero en este caso la banda se aleja de las raves de la montaña para acercarse a los chiringuitos de playa. A pesar de todo, detrás de este disco aparentemente superficial, la banda también se guarda un as en la manga, ya que a los temas de verano playero los suceden temas más tranquilos, reflexivos (y en cierto, modo nocturnos), que están fuertemente influenciados por los viajes que la banda ha realizado. En esta segunda parte bajan las revoluciones para dar paso la experimentación, adentrándose en caminos en los que rara vez habían andado como grupo. Gospel, violines eléctricos con efectos, bases de Drum and Bass se mezclan para dar a luz al disco más transversal de Crystal Fighters.
Eran finales de septiembre, el verano justo dejaba paso a la rutina y Bast nos anunciaba que su nuevo trabajo sería «más bailable, más psicodélico, más tropical, más desfasado, más luminoso, más hermoso y más todo” que todo lo que conocíamos de ellos. Con una escucha del largo podemos concluir que no nos engañaba, pero que este hecho puede ser una arma de doble filo. Es complicado contentar a alguien con un disco que no tiene un sonido genuino, sino que es la mezcla de varios estilos. Por otra parte, debido a esa explosión estilística es más fácil que este disco pueda gustar, al menos parcialmente, a gente que congenie con alguno de los géneros en cuestión.
El tiempo marcará el sentido de la evolución de Crystal Fighters, y veremos si en el siguiente disco siguen fusionando estilos, o si se decantan por el pop tropical o los ritmos más bailables. De momento, disfrutemos con sus experimentos y de la enorme gira que aparentemente les espera para verano.