Xavi Bruguera y Pol Taltavull
Fotos por Jordi Albert Sintes
El viernes en un festival que empieza jueves. Ese día en el que la predisposición es tal que se antoja complicado no pensar en el fin de nuestros días. No existe un mañana y venimos a derrochar fuelle como si del último día en la tierra se tratara. Hemos dormido. Hemos hecho la siesta que no hemos hecho en todo el año. Hemos comido pasta y merendado plátano. Hidratos y potasio bañados en sirope de taurina, o cafeína. Todo vale. Hoy es la puesta de largo. Ayer vinimos a tomar algo y a saludar. Nos fuimos con la cabeza gacha pero con el corazón insurrecto, con ganas de obedecer a la juerga y mandar a freír espárragos la razón. Adiós a la cordura. Ya no hay marcha atrás. Nos calzamos las bambas de turno y os obligáis a no volver antes de que amanezca. El deseo es sumo y la realidad cruda, pero de ilusiones se vive ¿no?
Te recomiendo pisar el festival antes de las seis de la tarde. Con altas probabilidades de tostarte vuelta y vuelta, eso sí, es interesante palpar la calma antes de la tempestad. El Primavera no deja de ser un festival, y un festival no deja de ser un juego en las que priman los códigos no escritos. Sabemos a lo que venimos y a lo que vamos; de dónde venimos y … Joder menuda chapa ¿no? Si sigues leyendo te mereces un abrazo. Servidor está espeso y, ¡Dios te salve María! le espera un plato de macarrones con costilla de cerdo en la mesa. Aliciente para, como mínimo, dejar de soltar gilipolleces y cerrar una buena crónica.
¡Al lío!
En un ambiente sosegado y familiar, nos tomamos la primera rubia bajo el sol y con el indie rock apacible de un grupo de difícil pronunciación y fácil decodificación. Waxahatchee nos dieron una solemne bienvenida antes de vivir otra noche de paseos y sorpresas de todo tipo.
Las excursiones no están del todo mal. Con la tralla que le damos a nuestro organismo es lo mínimo que podemos hacer para paliar consecuencias. Al otro lado del recinto esperaba una vieja conocida. La Bien Querida era el concierto perfecto, idóneo para calentar piernas y gargantas. Su electro jota en forma indie y en fondo pop cuajó aunque fue más calmada de lo esperado. Echamos de menos alguno de sus temas más movidos, aunque el contexto quizá no acompañaba. Ana es buena. Ana lo sabía. No quería que gastásemos fuerzas antes de tiempo. Tampoco las gastamos con The Breeders; una de las bandas de culto del festival, con Kim Deal a la cabeza (ex Pixies) y sin esconder el indefectible paso del tiempo, sonaron de maravilla. Quizá les cuesta hilar las vocales, pero siguen tocando de diez.
Justo al otro lado de la esplanada del Fòrum nos esperaba Father John Misty con su Folk cargado de ironía y comedia. El de Seattle vistió el concierto de largo, con casi veinte músicos en escenario, para interpretar los grandes temas de su discografía. No escatimó en esfuerzos, y cantó y bailó todo lo que pudo, siempre desde su elegancia que le tornan en un ser que roza la divinidad.
Y de paseos iba la cosa. Sin ánimo de desfallecer, cruzamos el mapa para encontrar un pequeño tesoro escondido. Dejamos las guitarras a un lado para bailar al ritmo de Peggy Gou y su selección disco house. Un pit stop necesario a la par que acertado. A veces nos tiramos a la piscina y dejamos de ver muchas, muchísimas cosas que nos apetecen o que nos han recomendado o que, meramente, son buenas. Esa también es la gracia del festival. Raramente te vas a equivocar. Y de ahí a uno de los hypes que más esperábamos. La primera y durísima solapación de verdad. Al mismo tiempo que The National afilaban sus guitarras, y Mogwai se apoderaban del ambiente, una jóven banda se consagraba en el escenario Bacardi. Superorganism, que ya debutaron con nota en el pasado Primavera Club, se graduaron con nota. Y lo hicieron asegurando que era la ocasión en la que tocaban ante más público. Algo nerviosos, liderados por la pequeña y alborotada Orono Noguchi. Unos visuales de 10 que mezclaban los videojuegos y la psicodelia, unos esperpénticos bailes y una gran puesta en escena cerraron un muy buen directo en el que estrenaban largo, de título homónimo.
Un pit stop en la mejorada zona de restauración, que, pese a la calidad sigue sumando colas; y un postre meloso y dulce con Cigarettes After Sex. El típico concierto trampa. Si tu idea es irte a dormir a la una de la madrugada es el cierre perfecto. Velas, champagne y besos, muchos besos. Si, en cambio, quieres alargar hasta las tantas, tienes que saber que no te proporcionarán fuelle, pero sí paz. Repetían en el cartel pero con trampa. Habían estado en el Apolo y se habían comido el escenario. Se les quedaba pequeño el tema y se les premió con una nueva oportunidad en el Rayban. Merecido.
De la calma volvimos a la tormenta de riffs, gritos y empujones afables. El coqueto Adidas Originals, alejado de la muchedumbre, alojó el concierto de Idles, esa banda que es algo más que la ‘filtradora’ accidental del cartel de este año. Son dicharacheros, están como una cabra y son divertidos. Rock punkarra con matices de diversión y disparate. Momentazo cuando cantaron el ‘All I Want for Christmas Is You’ de Mariah Carey’. Gracias a Idles renacimos y encaramos el rush final con más ganas y aplomo del esperado. Chromeo esperaban en un Bacardi repleto y plagado de semblantes satisfechos y con ganas de terminar de quemarlo todo en la pista. Una pista verde, tropical, con sus palmeras, sus mojitos y un electro funk que inducía a la pérdida de papeles. La verguenza ajena era el estado de ánimo generalizado, pero es que la propia verguenza pasaba ya a un estadio de normalidad absoluta. El campeonato para ver quien hilaba el baile más esperpéntico era real. Menos real pero no por ello menos implacables los magníficos vocoders con los que conducían al público por donde querían.
Por otro lado, el itinerario de los más rockeros pasaba inevitablemente por uno de los reyes de la escena mundial del Garage. Ty Segall y su Freedom Band salieron como una apisonadora al Primavera Stage, donde no faltaron los saltos, los pogos y el crowdsurfing. Sudor y más sudor.
El cierre se acercaba y los maestros de llaves eran inmejorables. Gerd Janson y su discotequera sesión, Ame II Ame, con el techno más lúcido del momento y The Black Madonna con su sobredosis house estuvieron a la altura de un gran viernes de Primavera Sound.